Cultura

El día que Bergoglio afeitó a Borges

Por Luis Gudiño

El periodista y escritor santafesino Jorge Millia, radicado en Salta, recordó que “Jorge Luis Borges visitó Santa Fe y el Colegio Inmaculada Concepción en el año 1965, invitado por el actual papa Jorge Bergoglio, en aquel entonces maestrillo. Se quedó cinco días, vino solo, en un colectivo interurbano, se hospedó en el Hotel Ritz, y nos dio una charla de literatura a los alumnos de cuarto y quinto año”.

“Es un poco loco el tema, porque un candidato al premio Nobel, que venga a Santa Fe en ómnibus, suena poco creíble. El estaba por venir con la madre, pero ella se enfermó y llegó solo”.

“Jorge Bergoglio nos daba clases, como maestrillo, de literatura española y argentina, y tenía que cumplir tres años dedicados a la pedagogía. Si bien era técnico químico, le fascinaba la literatura, y tenía la idea de que sus alumnos tomen contacto directo con los escritores. Leer a los escritores a través de sus obras y escucharlos, era la propuesta. Fue así como vino María Esther Vázquez, que había sido secretaria de Borges, y luego María Esther De Miguel”.

“Un día nos dijo que vendría a darnos una charla un escritor llamado Jorge Luis Borges. En 1965 una persona medianamente culta seguramente lo había oído nombrar y conocía su reputación en el mundo de las letras. Un segmento más fino podía haber leído alguno de sus poemas en los rotograbados de La Nación. Pero solo un número reducido conocía su obra con más profundidad, pues no era el Borges del mundo mediático de hoy”, continuó Millia.

 

‘El viejo me pidió que lo afeitara’. Ese había sido el motivo de la tardanza.

“Para nosotros Sábato, más progre y bestseller, a caballo de ‘Sobre héroes y tumbas’, tenía seguramente un mejor halo publicitario. Porque no era una cuestión de mérito literario, sino de tema del momento”.

“Así que llegó Borges, vino de Buenos Aires y Bergoglio lo buscó en la vieja estación de colectivos sobre la calle Mendoza frente al Correo. Gustavo Risso Patrón, en el Peugeot 403 de su padre, lo llevaría para una y otra parte. Yo quedé un poco asombrado, pues pensaba que un hombre medio viejo debía venir en avión, yo pensaba que esa vía no era la apropiada a un candidato al Nobel. Desde otro punto de vista, supongo que para él debió tener mucho de aventura. Solo en la nada durante seis largas horas”.

“Borges no estaba aún definitivamente ciego. Según él, vivía en un mundo de figuras borrosas en el que le era difícil captar el detalle, descubrir la letra. Pero aún alcanzaba a divisar los números. Portaba un reloj de bolsillo de plata, uno de aquellos con varias tapas. Nos impresionaba verlo abrir la tapa y apoyarlo en el párpado inferior del ojo derecho”.

Millia comentó que uno de esos días otro maestrillo, Jorge González Manent, contaba que lo habían ido a buscar al hotel.

“Subió Bergoglio a buscarlo a la habitación y tardó más de lo que se supone para ir a un tercer piso. Cuando vienen, yo disimuladamente le hago el gesto de: – ‘¿qué pasó?’ -porque algo había pasado- y Jorge también disimuladamente me dijo: – ‘El viejo me pidió que lo afeitara’. Ese había sido el motivo de la tardanza. Eso es un gesto de Borges, y también un gesto de Bergoglio”, concluyó.

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